Lo leo. Lo vuelvo a leer. Arranco la hoja y la destrozo. La hago mil pedazos y vuelvo a posarme en la siguiente hoja en blanco. La miro. Dibujo letras parecidas a garabatos que intentan explicar algo que todavía carece de sentido. Prosa mediocre. Descripciones sin sentido. Imágenes que no se alcanzan a ver. Algún argumento trunco y mal elaborado, carente de toda lógica. Vuelvo a arrancar la hoja. Esta vez la hago un bollo y la tiro al suelo. Me lo quedo mirando con la deliberada intención de que desaparezca de mi vista. Que se deshaga, se desintegre, o aún mejor, que arda en llamas.
El bollo sigue allí. Y luce como todos los bollos de papel después de ser estrujados.
Me quedo mirando la siguiente hoja en blanco. De alguna forma misteriosa poco a poco los renglones comienzan a tomar formas y colores. Las lineas se vuelven calles. Los garabatos coches que van y vienen. Algo me atrapa y me arrastra. Y por un momento formo parte del paisaje. Del entorno. Y me encuentro parado en la acera observando como se suceden las cosas. Los autos. Las bocinas. Los gritos de las personas. El tumulto de gente que va y viene.
Respiro y mis pulmones se llenan de plomo. Del sucio humo que provocan aquellos viejos automóviles que circulan por esta calle.
Miro la acera de enfrente. Y la veo a ella. Ella que me mira y me sonríe. Y me quedo inmóvil. Petrificado. Todavía sin entender lo que sucede. Intento moverme. Decirle algo. Gritarle. Pero no puedo. Todo es en vano. Algo me obliga irremediablemente a ser solo un mero espectador. Por más fuerza que haga sigo inmóvil observándolo todo.
Observándola.
Lleva un vestido rojo y unos pendientes largos que casi tocan sus hombros. Y por un instante todo se mueve en cámara lenta. Su sonrisa ilumina cada centímetro del sucio paisaje de la vieja ciudad. Suspiro. Sonrío.
De pronto, súbitamente un señor que camina distraído se choca fuertemente conmigo. Siento un fuerte golpe en mi costado izquierdo. Lo miro aturdido. Me pide disculpas. Me recompongo y vuelvo a mirar hacia donde está ella. La veo cruzar la calle. Veo que se toma el abdomen con las dos manos mientras camina directamente hacia mi. Veo que sus manos se empiezan a llenar de sangre.
Mucha sangre.
Tanta que sus manos no son capaces de contenerla. Se mira la sangre. Las manos. Me vuelve a mirar y comienza a gritar de una manera ensordecedora, mientras sus lagrimas brotan con fuerza de sus ojos. Me desespero. Intento cruzar, llegar a ella, pero aquella fuerza mas poderosa que yo me deja inmóvil, expectante. Ella simplemente se detiene. Extiende su mano hacia mí. Inmediatamente en el preciso instante en el que ella me vuelve a sonreír, un camión la atropella con furia.
Me sobresalto tanto que mis ojos se abren bruscamente. Me vuelvo a incorporar en la silla y siento que mi corazón se sale de mi pecho.
Estoy empapado de sudor.
Trato de reaccionar buscando algo familiar que me deje entrar en mi. La busco desesperadamente a ella. A su cuerpo atropellado por aquel cruel y anónimo camión. Miro a mi alrededor y solo veo mi cuarto.
Miro el cuaderno y solo veo renglones y algunos garabatos. Intento calmar mi respiración tan agitada. Me tomo la cabeza con las manos mientras mis pulmones demandan cada vez mas oxígeno.
Vuelvo a mirar el cuaderno.
Vuelvo a ver los mismos renglones, los mismos garabatos.
Y su nombre escrito en un rincón.