18. Garabatos

Escribo en una hoja de papel.
Lo leo. Lo vuelvo a leer. Arranco la hoja y la destrozo. La hago mil pedazos y vuelvo a posarme en la siguiente hoja en blanco. La miro. Dibujo letras parecidas a garabatos que intentan explicar algo que todavía carece de sentido. Prosa mediocre. Descripciones sin sentido. Imágenes que no se alcanzan a ver. Algún argumento trunco y mal elaborado, carente de toda lógica. Vuelvo a arrancar la hoja. Esta vez la hago un bollo y la tiro al suelo. Me lo quedo mirando con la deliberada intención de que desaparezca de mi vista. Que se deshaga, se desintegre, o aún mejor, que arda en llamas.
El bollo sigue allí. Y luce como todos los bollos de papel después de ser estrujados.
Me quedo mirando la siguiente hoja en blanco. De alguna forma misteriosa poco a poco los renglones comienzan a tomar formas y colores. Las lineas se vuelven calles. Los garabatos coches que van y vienen. Algo me atrapa y me arrastra. Y por un momento formo parte del paisaje. Del entorno. Y me encuentro parado en la acera observando como se suceden las cosas. Los autos. Las bocinas. Los gritos de las personas. El tumulto de gente que va y viene.
Respiro y mis pulmones se llenan de plomo. Del sucio humo que provocan aquellos viejos automóviles que circulan por esta calle.
Miro la acera de enfrente. Y la veo a ella. Ella que me mira y me sonríe. Y me quedo inmóvil. Petrificado. Todavía sin entender lo que sucede. Intento moverme. Decirle algo. Gritarle. Pero no puedo. Todo es en vano. Algo me obliga irremediablemente a ser solo un mero espectador. Por más fuerza que haga sigo inmóvil observándolo todo.

Observándola.

Lleva un vestido rojo y unos pendientes largos que casi tocan sus hombros. Y por un instante todo se mueve en cámara lenta. Su sonrisa ilumina cada centímetro del sucio paisaje de la vieja ciudad. Suspiro. Sonrío.

De pronto, súbitamente un señor que camina distraído se choca fuertemente conmigo. Siento un fuerte golpe en mi costado izquierdo. Lo miro aturdido. Me pide disculpas. Me recompongo y vuelvo a mirar hacia donde está ella. La veo cruzar la calle. Veo que se toma el abdomen con las dos manos mientras camina directamente hacia mi. Veo que sus manos se empiezan a llenar de sangre.

Mucha sangre.

Tanta que sus manos no son capaces de contenerla. Se mira la sangre. Las manos. Me vuelve a mirar y comienza a gritar de una manera ensordecedora, mientras sus lagrimas brotan con fuerza de sus ojos. Me desespero. Intento cruzar, llegar a ella, pero aquella fuerza mas poderosa que yo me deja inmóvil, expectante. Ella simplemente se detiene. Extiende su mano hacia mí. Inmediatamente en el preciso instante en el que ella me vuelve a sonreír, un camión la atropella con furia.

Me sobresalto tanto que mis ojos se abren bruscamente. Me vuelvo a incorporar en la silla y siento que mi corazón se sale de mi pecho.

Estoy empapado de sudor.

Trato de reaccionar buscando algo familiar que me deje entrar en mi. La busco desesperadamente a ella. A su cuerpo atropellado por aquel cruel y anónimo camión. Miro a mi alrededor y solo veo mi cuarto.

Miro el cuaderno y solo veo renglones y algunos garabatos. Intento calmar mi respiración tan agitada. Me tomo la cabeza con las manos mientras mis pulmones demandan cada vez mas oxígeno.

Vuelvo a mirar el cuaderno.

Vuelvo a ver los mismos renglones, los mismos garabatos.

Y su nombre escrito en un rincón.

17. Muros

Me miró con ojos inquisidores.

- ¿Cuánto hace que no hablamos?

- No sé… Hace tiempo ya…

Respondí apartando mi vista. Centrando la mirada en el frío suelo de granito blanco crudo.

Me puse incómodo. Como si estuviera desnudo en medio de una habitación repleta de personas observándome en cada detalle, en cada gesto, en cada movimiento.

Oculté cada reacción lo mejor que pude. Tanto así que ella me miraba con cierto aire de incertidumbre mezclada con desesperación. Notaba que no era capaz de darse cuenta cuál era mi estado. Si me encontraba triste, desesperado, deprimido.

Siempre me las arreglé para mostrar las emociones justas, casi siempre controladas. Y no es que sea un robot, o tenga el cerebro lavado. Y tampoco es que lo desee o lo haga de manera consciente o premeditada. Es que siempre, de niño, tuve miedo de demostrar lo que sentía por miedo a ser rechazado.

Por miedo a que se rieran de mí fui generando sin querer un escudo protector. Una coraza que me protegiera de las miradas y opiniones de los demás. Había descubierto sin querer que si no demostraba algo, entonces los demás no tenían nada que decir acerca de mí.

Todos los descubrimientos, todos los inventos, llevados a un extremo provocan resultados negativos. “Todos los extremos son malos” decía mi abuela. Y no se equivocaba.

Nuria volvió a hablarme. Su voz me trajo del pasado, desde la puerta misma de la casa de mi abuela, donde me hablaba de la vida y me daba consejos.

No dejaba de mirarme.

- ¿Qué pasa?

- Nada…

- ¿No querés que hablemos?

- ¿De qué?

- No sé. De lo que quieras…

- ¿Para qué?

Esbozó una leve sonrisa. Demasiado sutil para encasillarla en la categoría de “sonrisa”. Se quitó los anteojos, los dejó caer delicadamente sobre su cuaderno de anotaciones y me habló en un tono tranquilo, maternal.

- Bueno… sabés que tenemos que cumplir un horario, así que ya sabés cómo es esto.

- Sip… nos quedaremos sentados acá mirándonos las caras hasta que llegue la hora de irme a mi habitación…

Dejó de mirarme.

Nos quedamos en silencio.

Ella haciendo garabatos en una hoja de papel. Haciendo que escribía cosas importantes sobre gente que creía conocer.

Yo mirando las grietas de la pared. Grietas que en realidad no existían. Que eran un invento en mi cabeza. Consecuencia de un simulacro de terremoto que me ayudara a barrer con todas esas paredes.
Me quedé esperando impaciente, con los ojos cerrados, a que un fuerte viento anunciara el fin de la caída de todos esos muros que yo mismo me había construído. Y que por fin me quedara solo, en medio de la nada, con el viento golpeando en mi cara.

Completamente libre.

Completamente libre de mí mismo…


Se hizo la hora. Y el viento nunca llegó.

16. Sin decir adiós

Algunas veces me tocó despedirme. Otras me tocó estar en el preludio de alguna despedida, intentando alargar los momentos definitivos.

Cierro los ojos y las imágenes se confunden unas con otras. Me llegan pequeños fragmentos, visiones borrosas de algunos intentos  de culminar con palabras, o gestos o miradas, los momentos decisivos de lo que sería el comienzo de alguna ausencia prolongada.

Nunca fui bueno para eso.

Nunca me gustó decir adiós.

Siempre fui partidario del “hasta luego”. Uno nunca sabe las vueltas de la vida. Uno nunca sabe con quién se va a volver a encontrar.

Pero eso no quita que sea un ignorante en cuestiones de despedidas.

A veces quisiera tener a todos los que quiero siempre conmigo.

Pero sé que no se puede. Y me jode saberlo. Y me jode ser consciente de todo y entender que no se puede ir por la vida reteniendo a quien uno ama. Que de eso se trata justamente el amor. De libertad. De confianza.

Pero me jode.

Quisiera poder volver a escribirte todas aquellas palabras que te escribí. Quisiera poder volver a decirte todo aquello que ya te dije. Pero sería más de lo mismo. Y seguramente te debe resultar cansador escuchar siempre la misma canción.

No me sale decirte adiós.

Pero tampoco me sale decirte “hasta luego”.

Me aferro vacío de esperanzas a un puñado de sueños que siempre son los mismos sueños. Escarbo en mi memoria tratando de juntar los pedacitos de recuerdos que forman parte de nuestra historia. Intento armar ese puzle en mi cabeza cuidando de no perder ninguna pieza: esa noche cuando tu sonrisa iluminó aquel salón tan oscuro rodeado de gente. Los besos a escondidas. Las tardes felices en las que nos regalábamos el uno al otro. “Nuestra casita”. Las peleas. Las reconciliaciones. Las risas. Las lágrimas. ¡¡Tantas cosas!!...

Y el adiós.

Este adiós que no quiero pronunciar y que trato de no enfrentar. Que dejo de lado y hago como si no existiera. Interpretando tal vez el triste papel de un pobre avestruz. Un animal que esconde su cabeza, su vida, sus sentimientos, para no enfrentar lo inevitable.

A veces quisiera no ser este que escribe.

No ser este que siente hasta que duele.

A veces quisiera ser ese que entiende y acepta y deja pasar y se conforma con lo que va viniendo, aceptando las cosas de manera racional.

Pero no puedo.

Será que también soy un ignorante en estas cuestiones...

15. Ella II

La miro a los ojos y sonríe. Lleva unos pendientes con piedras colgantes y el pelo totalmente recogido. Intento tocarle la cara, pero no puedo. Le rozo la mano derecha con mi mano izquierda. Un toque casi inperceptible. Tan sutil que creo que solamente yo lo noto. Todo se desarrolla como si estuviéramos en cámara lenta. Como si nuestro escenario fuese una enorme piscina y estuviéramos sumergidos muy en el fondo de ella.
No hay sonidos.
Ni gente.
Solo ella y yo.
Un salon inmenso totalmente desprovisto de mobiliario. El suelo completamente de granito blanco. Las paredes del mismo color. El techo de madera, muy muy alto. Demasiada luz.
Es como si bailaramos. Pero sin tocarnos. Una danza sutil. Solo sus gestos y mis miradas. Se acerca y se aleja lentamente. Me sonríe. Gira. Intenta tocarme la cara pero algo la detiene. La expresion de su rostro cambia tanto que parece como si hubiera visto un fantasma. Un sonido ensordecedor hace que toda la habitación comience a vibrar. Las paredes lentamente se tiñen de rojo. Del techo caen gotas de un líquido del mismo color.
Espeso.
Oscuro.
Y mis manos.
Mis manos siempre manchadas de sangre.

Otro sueño... siempre parecido al anterior.

14. Sensación

Ya hace cinco meses que estoy aquí. O por lo menos son cinco meses lo que recuerdo estar aquí. Y ya todo me resulta familiar. Los que limpian. Las personas de seguridad. La gente de administración. Muchos ya saben mi nombre y hasta me saludan amigablemente.
Se acerca el fin de año y, como dicen que es costumbre, saldremos de cena por ahi, para despedir el año y festejar la llegada del que se aproxima. Así que Núria se ofreció a regalarme algo de ropa para que pueda ir un poco más presentable, algo que me haga sentir un poco mejor que estos viejos vaqueros y esta camisa. Me hizo esperarla en la sala de recreacion. Y mientras estaba alli, sentado en un sillón intentando encontrar las grietas de una pared cubierta de ladrillos, apareció de repente un hombre y me tomó por el hombro de manera muy sorpresiva. Tanto fue mi asombro, que dí un salto sobre mi mismo y mi corazón, por un instante, intentó querer salirse de mi pecho. Lo miré entre asombrado y consternado, tratando de ubicar aquel rostro. No me parecía familiar, o al menos creía no haberlo visto nunca por aquí. Me sonrió. Asintió con la cabeza y se alejó muy lentamente.
Y fue raro. Porque aunque no lo conocía algo de él me resultaba cercano. Era como si ese pequeño toque hubiera conectado con mis sentmientos mas profundos.
Era como si una extraña y poderosa energía comenzara a circular rapidamente por mi cuerpo e hiciera que por un pequeño instante me sintiera un poco más libre. Un poco más en armonía conmigo mismo y con todo lo que me rodeaba. Como una bocanada de aire fresco en medio de una habitación encerrada.
Es difícil explicar una sensación. ¿Cómo se describe un sentimiento?
Mis capacidades como escritor mueren justamente aquí, en este preciso instante de querer describir con palabras lo que se siente en la piel, en las fibras, en las entrañas de uno mismo.
Lo vi alejarse y ni siquiera atiné a preguntarle nada. Me quedé absorto tratando de decifrar aquella sensación.

… de todos modos algo me dice que no será la última vez que lo vea...

13. Intermedio

Yo estaba sentado en su cómodo sillón de cuero marrón, como todos los miércoles.
Esperé más de un cuarto de hora a que ella llegara, y en verdad me había llamado mucho la atención de que tardara tanto. Ciertamente no era una de esas mujeres inpuntuales que solemos encontrar por ahí.
Núria se acercó de pronto con una sonrisa tan radiante que hizo que toda la habitación se iluminara con su presencia. Sus ojos irradiaban destellos de ternura. Era como si tuviera en su interior una energía tan grande que le era casi imposible mantenerla dentro suyo. Se sentó lentamente frente a mí. Me miró.

- Seguís sin recordar nada de lo más próximo de tus recuerdos? Hay una brecha en tu memoria que es a la que le tenemos que dedicar un poco más de tiempo. La cuestión es plantearnos el camino para llegar hacia ella.
- Bueno, no sé. Eso lo va planeando ud. ¿O ahora me toca ser también ayudante de terapeuta? Lo único que falta es que ahora me termine convirtiendo en ayudante de mi propia terapia.
- Es que eso es justamente lo que vas a hacer. Yo no puedo encontrar un camino si ud no me ayuda. Asi que seguiremos trabajando juntos, como un gran equipo.

Utilizó un sútil tono cínico acompañado de una leve mueca de sonrisa que hizo que toda la frase resultara risueña.

- ¿Y a que se debe, si se puede saber, tanta alegria junta?
- ¿Alegría? ¡¡Estoy igual que siempre!!
- Mmmm... no sé.... hoy la noto.... diferente...
- A mi no me parece....
- Bueno, entonces no será asi... en cuanto a la terapia... intentaré ayudar en lo que mas pueda... pero no sé cómo...
- Bueno, por eso no te hagas problemas... lo unico que quiero es estar segura de que tengo tu apoyo y de que vamos a hacer las cosas juntos...
- Si... por mi no hay problemas...
- Bueno... empecemos...

12. Melancolía


La extraño.
Recuerdo el último día que se fue sin decir adiós.
Fue una noche triste de julio. Sonó el teléfono en una de esas madrugadas frías de invierno. Creo que todos lo intuíamos, pero igualmente nadie decía nada. Dejábamos pasar el tiempo, esperando que en algún momento todo terminara bien, y nos dijeran que las cosas ya volvían a estar en su lugar.
Del otro lado de la línea telefónica resonaron unas palabras que fueron como cuchillos clavados en el pecho. En un segundo se te puede helar la sangre y paralizar el corazón. En un segundo se te puede venir el mundo encima.
Llegamos al hospital. Los pasillos estaban vacíos y en silencio. Recuerdo un grupo de gente enfrente de una puerta. Nadie decía nada. Creo que en ese momento las miradas dijeron mucho más que millones de palabras.
Entré en la habitación. Ella estaba en la cama, boca arriba.
El sufrimiento. Los dolores. Las pastillas. La quimioterapia. Ya se habían ido. Ya todo se había terminado. Solo quedaban los restos de alguien que había sido lo más maravilloso del mundo.
A veces tengo miedo. Miedo de olvidarla. De olvidar su rostro. Sus ojos. Y hago fuerza y sólo salen débiles imágenes que no sé si son reales.
El día del entierro no recuerdo si estaba nublado, o si llovía, había viento o estaba soleado. Sólo recuerdo el dolor calándome los huesos y cada fibra de mi ser. Nebulosas de gente. Y nada más.

De pequeño me sentaba en la vereda para esperarla a que llegara de trabajar. Recuerdo su imagen acercándose a mí. Su hermosa sonrisa en los labios. Sus ojos azules mirándome. Sus brazos extendidos. Yo corriendo hacia ella. Ella que me alza en sus brazos…

Si tuviera que vivir mi vida otra vez sabiendo que ocurriría todo esto nuevamente, sabiendo que otra vez el dolor volvería a tocar a mi puerta, lo haría. Porque sé que en el balance de los días y los momentos vividos, el saldo siempre será positivo.
De todas maneras hay días en los que no puedo evitar esta irrefrenable melancolía que circula por mis venas.
Podrán decir que el tiempo lo cura todo. Que las cosas con el paso de los años se aceptan. Que los duelos se terminan…

… pero nada de eso hace que deje de extrañarla…

11. Caminos

-Hoy no quiero hablar.
-¿Por qué?
-No tengo ganas… Será que estoy triste…
-¿Se puede saber por qué?
-¿Desde cuando importa el por qué de una tristeza? Uno se siente triste y punto. Saber la causa no me va a liberar de ella. Reconocer algo en mi interior y aceptarlo tampoco va a hacer que deje de sentirme como ahora. Creo que a nuestros estados de ánimo no les hacen mucha gracia que los estemos ocultando. Así que simplemente me limito a estar triste. A hacerme cargo de mi tristeza. En estos momentos soy parte de ella. Y por más que hable no voy a dejar de sentirme triste.
-Se me había ocurrido que tal vez hablar de ello te haría sacar afuera algo de esa tristeza que llevás adentro. Es como cuando tirás una gota de ácido en el agua. El ácido ya deja de ser tan corrosivo, ya deja de quemar tanto, ya deja de hacer tanto daño…

Resoplé. Miré el suelo. Me incorporé. Llevé la cabeza entre mis rodillas, con mis manos tomándome la frente, como si en ese preciso instante tuviera la única oportunidad de mi vida de juntar todas mis ideas y pensamientos y poder arrojarlos muy lejos de mí.

-Es que a veces me siento vacío. Incompleto. Como caminando solo a la deriva sin un rumbo fijo, sin una dirección.
-¿Nunca te planteaste la idea de que no tenés la obligación de tomar una dirección? Quiero decir, que todo el mundo habla de llegar a las metas. De llegar a algún lugar. ¿Pero no te parece que también puede llegar a ser provechoso y enriquecedor la experiencia de disfrutar del camino que tomes, independientemente del lugar a donde quieras llegar? Para encontrar un camino tal vez haya que perderse.
Para encontrar tal vez no tengas que hacer otra cosa más que dejar de buscar…
-De todas maneras no te da la tranquilidad de saber que vas a encontrar algo. Ni qué decir de algo “bueno”. Solo te da incertidumbre. Como si caminaras ciego por un campo en el cual creés que en algún momento van a aparecer clavos en el suelo. Pero no sabés cuando. Y andás descalzo.
Y tal vez pase el tiempo creyendo que en algún momento va a pasar alguna cosa que va a cambiar tu vida. Y entonces inconscientemente apostás a eso. A esa pseudo-esperanza. A ese gran esperado cambio. Y así se te pueden pasar uno, dos, cinco, diez años. Siempre esperando ese algo bueno. Esa bocanada de aire fresco que necesitás para sentirte vivo. Y cuando llega un momento en tu vida en donde verdaderamente te sentís perdido, viene una doctora y te dice que tal vez lo mejor que te pueda pasar es estar así. Solo. Perdido. Sin nada qué buscar. Que hay que dejar de buscar. Y te dice frases que parecen sacadas de las galletitas de la suerte…

No me pude contener y solté una carcajada. Ella me miraba seriamente, como si no hubiera pronunciado risa alguna. Acercó su rostro al mío, y me miró muy directamente a los ojos.

-No me entendés. No quiero decir que lo mejor que te puede pasar es estar perdido. Sino tratar de sacar la idea de tu cabeza de que siempre tenés que estar yendo hacia una dirección. Dejar de presionarte. Sabemos muy bien que de chiquito te inculcan la idea de que tenés que ser un buen chico, que tenés que estudiar, elegir una carrera, casarte y después tener hijos, y comprarte un coche, una casa y un perro. Y si te queda tiempo, ser feliz.
Pero dentro tuyo sabés muy bien, o intuís, de que hay algo más que un auto, una casa o un perro. Y podés estar toda tu vida intentando tener el mejor auto, la mejor casa, el mejor perro. Pero en un momento, si tenés suerte, te podes llegar a dar cuenta de que ya conseguiste tener todas esas cosas. Que las vas cambiando, unas por otras mejores, pero que en realidad siguen siendo los mismos objetos materiales de siempre.
Y sin embargo algo dentro tuyo te hace sentir vacío de nuevo. Y entonces te preguntás:” ¿qué me falta?” “si dediqué toda mi vida a conseguir lo que “necesitaba””. Y ahí, si tenés suerte de nuevo, puede llegar a resonar una campana dentro tuyo que te advierta de algo. Que buscaste y peleaste toda tu vida por cosas que creías necesitar, pero que realmente tu verdadera esencia necesitaba que buscaras otras cosas. Algo más profundo. Que buscaras en tu interior. Algo menos superficial.
Claro que lo superficial genera riquezas a los que manejan las economías. Las cosas en tu interior solamente te generan riquezas a vos.
Nuestros valores están cambiados. Pero están cambiados desde pequeños. Porque nuestros padres nos enseñan así. Pero ellos no tienen la culpa, porque también sus padres les enseñaron así. Porque venimos de una educación “preparada” para hacer de nosotros pequeños autómatas humanos que realizan su trabajo eficientemente sin detenerse a pensar en nada. Porque desde los comienzos de la historia del hombre en sociedad los que manejaron -y manejan- la economía también se encargaron de la educación. La población siempre sustenta a unos pocos, a cambio de que los manejen.
La mayoría siempre te lleva a pensar que lo que hacen todos es lo correcto. Pero nadie sabe si lo que hacen todos es realmente lo correcto. Porque nadie sabe nada fuera de lo que ellos piensan que es lo correcto.
Si perdés de vista el camino que la gran mayoría te enseñó o te señaló que sigas, tal vez descubras que pueden llegar a haber otros caminos por los cuales transitar.

-Terminamos hablando de política y no me di cuenta…
-Todo está más relacionado de lo que te imaginás. Millones de preocupaciones nacen de nuestra complicada estructura mental. Y nuestra estructura mental está basada en nuestra educación. Y nuestra educación está proporcionada por sistemas políticos inteligentes que intentan manejar lo mejor posible a toda la población. Nuestra concepción es que les pagamos para que hablen por nosotros, nos dirijan, nos administren y nos protejan. Pero… ¿lo hacen realmente?

¿Cómo harías (por darte solo un ejemplo) si estuvieras a cargo de una nación y tuvieras que hacer que un millón de personas se levanten todos los días a la mañana y vayan a trabajar?

Me quedé en silencio.

A veces lo que duele no es estar dormido.

…a veces lo que más duele es comenzar a abrir los ojos…

10. El Barrio

Era un barrio tranquilo. En realidad era uno de los tantos barrios tranquilos donde todavía un niño podía hacer mandados a las nueve de la noche y realmente no pasaba nada. Uno podía dejar el auto estacionado en la calle y haberse olvidado de cerrarlo, y cuando ibas a subirte a la mañana siguiente lo encontrabas tal cual y como lo habías dejado.
Todos te conocían, sabían que eras el hijo de tal o cual. Los almaceneros nos recibían todos los días vendiéndonos sus productos y a veces hasta nos dejaban que le anotáramos en la cuenta de la abuela alguna que otra golosina. Sabían que era mentira. Que en ese momento la abuela no había autorizado ninguna compra. Pero también sabían que la abuela gustosa pagaría por las golosinas que, de forma desinteresada, “le regalaba” a sus nietos.
Las calles obviamente eran de tierra. Y siempre nos juntábamos en la misma calle a la misma hora con los pibes de la cuadra a jugar al futbol. Ya conocíamos las grietas del suelo provocadas por las lluvias y entonces armábamos nuestra “canchita” de futbol en el sector donde todavía el agua no había dejado surcos en la tierra. A veces nos juntábamos en la casa de la esquina, la de Josué, que tenía patio y podíamos pelotear con él y el padre, que de vez en cuando se sumaba a los partiditos que organizábamos entre los chicos.
En realidad no éramos muchos. Solíamos ser los mismos cuatro niños de siempre: Fernando, Josué, Walter (mi hermano), y yo… a veces venía Germán, que vivía justo en la otra esquina, pero no siempre se quedaba. Aunque era un integrante más de “la barra”. Cuando no jugábamos al futbol, nos dedicábamos a utilizar el terreno baldío de al lado de mi casa como campo de batalla, jugando a la guerra entre norteamericanos y alemanes. Estaban de moda la serie “combate” y “los especialistas”, así que nuestras influencias políticas se dejaban notar a través del odio (sin motivo, porque lo desconocíamos) hacia esos “sucios” alemanes. Así que obviamente nadie quería ser uno de ellos. Y siempre terminábamos llevándolo a sorteo a ver quien era quién. Teníamos nuestras mentes un tanto estructuradas, tal vez por culpa de la televisión, y nuestra idea era de que no debían ganar los alemanes, así que hacíamos todo el esfuerzo posible, incluso haciendo trampas, para que ellos no lograran triunfar.
Lo bueno de la inocencia es que no tiene maldad. A veces nos peleábamos o discutíamos, pero al rato ya éramos compinches de nuevo.
A veces me gustaría encontrar la esencia de lo que éramos. Saber que ese niño todavía sigue jugando a los soldaditos con armas de madera, con rifles de palo, intentando ser un superhéroe combatiendo contra el mal. Saber que uno puede “crecer” sin que ello implique “perder” ciertos valores esenciales que nos hacen especiales. ¡La esencia misma de uno! ¿Qué seria de mi si hubiera renunciado a jugar a los soldaditos? ¿Ser grande implica perder ese brillo especial que iluminaba nuestras miradas?
Si algún día se topan con un hombre con casco camuflado y una rama en las manos, simulando un arma, persiguiendo a la gente y haciendo ruidos con la boca como tirando tiros, no se asuste. Seguramente seré YO, intentando recobrar lo que algún día perdí, vendí o simplemente regalé…

09. Retórica

Su cabello era lacio y rubio, sus ojos marrones inspiraban tranquilidad. Usaba gafas para leer que le sentaban muy bien. Su piel se veía muy bien cuidada, como si por las noches se pusiera mascaras protectoras y cremas para hidratar su piel. Su nariz poseía una pequeña imperfección en el tabique que la hacia realmente especial. Yo creo que sin eso, ella seria como cualquier otra persona común y corriente, pero justamente “esa” imperfección era la que la hacía distinguirse de cualquier otro ser, y no solamente eso, sino que la hacía parecer realmente muy sexy.
Se sentó y me miró. Sus ojos eran como dos observatorios astronómicos que invadían el espacio exterior en busca del secreto del universo. Aunque en realidad ella perseguía un destino un poco menos sublime del que yo imaginaba. Simplemente hurgar en mi memoria…

- Bueno, comenzaremos desde el principio… o mejor dicho, desde donde mejor recuerde… Por ejemplo, podríamos empezar hablando de su infancia. ¿Que recuerda de ella?

- No sé…

- ¿No sabe o no quiere saber?

- Me da igual…

- Así podemos estar horas y horas y no vamos a llegar a ningún lado…

- No quiero llegar a ninguna parte.

- ¿O sea que así, tal cual como está ahora, está bien y no necesita nada más? ¿Éste es el mejor momento de su vida?

- No sé si es el mejor momento, pero es lo que me toca y lo acepto.

- ¿Lo acepta o lo soporta?

- Sé cuál es la diferencia. Pero me da igual. Usted viene con sus libros y sus gafas de intelectual a ver al pobre paciente enfermo del cerebro. Y cuando salga de aquí irá a ver a otro paciente igualmente enfermo (o peor) y le hará las mismas preguntas que a mi… y yo seré solamente otro numero más en su hermoso expediente encuadernado. Y para cuando regrese nuevamente, tendrá que mirar en sus prolijas anotaciones para recordar por dónde íbamos, y qué es lo que había dicho. Y peor aún, fijarse a ver quién era yo. Y no quiero sentirme como una rata de laboratorio, o como un monito encerrado en su jaula que espera impaciente a que su amo le traiga la comida y le pregunte si está bien…

- Bueno… a ver… ni es un monito encerrado en su jaula, ni es un número en mi “hermoso” expediente… Usted es una persona. Y le voy a tratar como tal. Y no voy a salir de aquí y me voy a olvidar de las cosas que me dijo. Ni me voy a olvidar de usted… Es cierto que hago anotaciones. Pero son para poder seguir un hilo en nuestras charlas, para encontrar huecos en los que buscar… ¿no quiere que las cosas cambien?

- En realidad lo que yo quiero no es muy relevante. En mis circunstancias tengo poco por elegir, o más bien nada… simplemente tomo sus medicamentos y me limito a escribirle un diario como usted me lo pidió. ¿Qué más quiere que haga?

- Esto no se trata de ver lo que yo quiero que usted haga. Se trata de encontrar un camino entre los dos. De ver realmente qué es lo que usted necesita encontrar…

- ¡¡Palabras!! ¡¡Estoy cansado de escuchar palabras huecas y sin sentido!! ¿¡Se supone que aquí todos saben lo que necesitan y quieren!? ¿¡Desde el empleado fortachón que me acompañó a mi habitación hasta la mujer que limpia!? ¿¡E inclusive usted!? ¡¡Sentada allí preguntándome qué fue de mi infancia!! ¡¡Seguramente como tiene tan claro las cosas que busca, necesita seguir buscando en los demás!! Yo sé muy bien como es esto. A cada palabra que yo diga, a cada interrogante que yo tenga, usted me responderá “pero que piensa usted…” “usted qué haría…” ¡¡¡¿Encontrar un camino entre los dos?!!! ¡¡¡Pero por favor!!!

- Estoy aquí para ayudarle, no para discutir. Podemos sentarnos a practicar la retórica que tan bien le sienta, o simplemente podemos charlar y ver que podemos encontrar entre los dos, algo, alguna pista, o lo que sea que nos ayude a ver por qué no recuerda ciertos sucesos de su vida… y creo que una vez que los recuerde las cosas seguro cambiaran…

- ¿Por qué se empeña en que las cosas cambien?

- Primero, porque todo cambio es bueno. A medida que caminamos en nuestro paso por la vida es mejor dejar atrás lo que no nos sirve, lo que nos retrasa, superar cuestiones que de una u otra forma se convierten en una carga que a veces se torna realmente insostenible de llevar sobre nuestros hombros. Y segundo porque dentro suyo tiene una vocecita que le pide a gritos romper el candado de la jaula que usted mismo se fabricó…

- ¿Y usted qué sabe?

- No sé nada. Pero quiero empezar a saber… Quiero empezar a entender…

Nos quedamos en silencio. Cada uno mirando al otro directamente a los ojos. Fueron unos minutos que parecieron horas, o tal vez días. Suspiré. Pensé. Me quedé por esos minutos en silencio simplemente con la esperanza de encontrar algo dentro de mí que me dijera qué es lo que debía hacer, o decir. No sé. Había algo en su mirada que me inspiraba confianza.
Finalmente bajé la mirada y pronuncié, tímidamente, dos palabras.

- Podríamos probar…

Ella simplemente se quitó las gafas y se limitó a regalarme una de las mejores sonrisas que me han dado en mucho tiempo

08. El diario

Llevo 10 minutos sentado en esta silla tratando de escribir algo. Y la página frente a mis ojos continúa vacía. Anotá todo lo que puedas, todo lo que recuerdes, me dijo Núria. Desde ahora vas a empezar a tener un diario personal y vas a escribir todo en él. Todo.

¡No sé qué es lo que quiere que anote! ¡Si vivo encerrado en estas cuatro paredes! Podría pasarme horas describiendo esta página en blanco, el relieve de las hojas de papel, su textura, los renglones impresos… ¿de que serviría? Si mañana me levantaré y nuevamente estaré encerrado en esta habitación, sentado en esta misma silla intentando llenar las páginas de este cuaderno que siempre estará en blanco. No vivo cosas para poder escribirlas.

Mis recuerdos. Sí. Que anote mis recuerdos. Lo recalcó una y mil veces. Pero es que no recuerdo. Y las imágenes borrosas que veo no sé si son sueños, si realmente pasaron o son fantasías que me creo para poder sobrellevar mis días de cautiverio.

¡Que anote todo! Ja Ja! ¡Seguro que si me dan ganas de ir al baño también tengo que anotar eso! Y describir como salen de mi cuerpo los líquidos que ingiero en el transcurso del día. O aun peor…

Tal vez ayude en algo, me dijo…

Si…

Tal vez ayude en algo…

Bueno, entonces escribiré todo. Mis angustias. Mis temores. Mis sueños. Mis fantasías y realidades. Esas que a veces se confunden y se mezclan unas con otras.

Es que me siento dando vueltas en círculos. Las ideas se me amontonan unas con otras en mi cabeza intentando encontrar respuestas que nunca consigo. Este hacinamiento mental no me deja ver con claridad nada de lo que observo y vivo, porque me envicio en mis pensamientos y termino no llegando a ninguna parte. Siempre pienso en el después… nunca en el ahora…

¿Cómo dejo de pensar en las que cosas que me preocupan? ¿Cómo hago que dejen de preocuparme las cosas? Una pregunta me lleva a otra y una duda a la siguiente. Y la inseguridad se apodera de mí y me toma de los talones, me tira al suelo y juega conmigo como si fuera su marioneta de trapo.

Ahora mismo comienzo a dar vueltas en este torbellino de ideas, tratando de encontrar algo que haga que esta tormenta se termine…

…pero esto nunca se acaba…

07. Ella

Veo su rostro tan perfectamente nítido que hasta puedo olerlo. Me acerco a ella y la tomo por la cintura. Me sonríe y me besa en los labios. Me muerde. Siento su aliento mezclarse con el mío. Chocamos nuestras narices y me aprieta la cintura mientras suelta unas palabras que apenas puedo entender. Le beso el cuello y le hago cosquillas. Le mordisqueo. Suelta una carcajada y me abraza. Se siente tan cálido que desearía congelar el tiempo en este preciso instante. Tomar esta fracción de segundo y hacerla perdurar en el tiempo. La tomo de las mejillas. Y por un segundo, que parece una eternidad, la miro a los ojos. Y veo una vida llena de felicidad y alegría. Me veo llegando a casa después del trabajo y ella recibiéndome como siempre lo hace, tan amorosamente encantadora. Y veo a nuestros hijos, que vendrán con el tiempo, y con ellos las obligaciones propias de los que tienen la responsabilidad de mantener y sustentar el hogar. Y esos viajes que planearemos para conocer poco a poco las delicias del mundo y sus lugares. Veo flashes e imágenes que por un segundo me llenan de alegría, o de ilusión.
Pero de pronto todo se desvanece. Ella grita, dice cosas incoherentes y hace ademanes con las manos. Gesticula frases sin sentido, al menos para mí. Su rostro es un mar de lágrimas, una tormenta de penas. Veo todo borroso. Me siento mareado. Miro a mí alrededor y los muebles del lugar están desparramados y hechos un asco, todo roto y tirado por el suelo. Y ella. Ella que grita y llora, y la veo arrodillada en el piso tomándose la cabeza con las manos. Y caigo en la cuenta de que mis manos están húmedas. Pegajosas. Y lo que siento no es sudor. Y lentamente las levanto y las pongo frente a mi vista.
Y es ahí cuando las miro tratando de entender qué es lo que pasa.
Y no entiendo porqué están todas cubiertas de sangre.

…y siempre es el mismo sueño…

06 . Ataque

Abrí los ojos y respire profundamente. Estaba agitado, todo empapado de sudor. Las manos me temblaban. El corazón me latía tan deprisa que parecía que se me iba a salir del pecho. Las imágenes poco a poco comenzaron a tomar forma. Dejaron de ser siluetas o simples manchones borrosos. Consternado, confundido, miré a mí alrededor. La habitación estaba toda revuelta. La mesa de madera estaba hecha añicos y desparramada por todos lados. Una de sus patas la tenia en mis manos, empuñada tan fuertemente que hasta me dolía la mano. La cama era un desastre, estaba dada vuelta, con las patas hacia arriba; el colchón estaba en el extremo opuesto; la escasa ropa estaba toda destrozada y tirada por el piso; había plumas de la almohada que no dejaban de volar por el aire viciado y confuso de la triste habitación.
El joven se me apareció por sorpresa. Digo sorpresa porque hasta ese momento no me había percatado de su presencia. Susurró, o gritó, unas palabras que no pude entender. Vi como sus labios se movían sin sonido, como si se tratase de una de esas viejas películas mudas. Me empujó y me tomo del brazo derecho y lo llevó hasta mi espalda, queriendo hacerme tocar mis propios omóplatos con las puntas de mis dedos. Sentí dolor. Mucho dolor. Me quedé tumbado en el piso, boca abajo, mientras otras personas entraban rápidamente a la habitación y ayudaban al joven a sostenerme fuertemente en el suelo.
Miré hacia la puerta y pude advertir como una señora que estaba en pasillo me miraba con la cara totalmente espantada, como si hubiera visto un monstruo… o un fantasma…
Sentí un pinchazo y un líquido caliente comenzó a invadir mis venas, mi sangre, de una manera tan dolorosamente insoportable que grité. Poco a poco las cosas se fueron desvaneciendo. Las imágenes. Las siluetas. Las formas. Todo se volvió oscuro.
Y me sentí relajado. Tranquilo. Como flotando en una nube que viaja por el aire sin rumbo fijo.

Cuando desperté las cosas estaban todas en su sitio. La mesa tenía sus patas y estaba en su lugar. El mueble de la ropa se encontraba de la misma manera en la que lo vi por primera vez al entrar a la habitación. El piso estaba completamente limpio y hasta se podía percibir un cierto aroma fresco, como si estuviese en un campo de flores de lavanda. Fue un sueño, pensé. Un estúpido sueño de esos que me hacen pasar un mal momento. Me incorporé y al sentarme en la cama sentí una pequeña molestia en el brazo que me hizo doler. Al mirar me di cuenta de que efectivamente tenia la leve marca de una aguja en mi brazo izquierdo, y que todavía podía sentir los vestigios de dolor de aquel molesto pinchazo. Me sentí mareado y confundido. Intentaba juntar aquellos pedacitos de recuerdos en mi memoria para poder darle forma a este incomprensible rompecabezas sin sentido. Pero era inútil. Me acosté en la cama y cerré los ojos. Y me volví a dormir.

05. El cambio


Hoy vino un chico joven y bastante corpulento, también con guardapolvo blanco y pantalones del mismo color. Se paró frente a mí y me dijo con voz firme y segura “seguime” “hoy te vamos a cambiar de habitación”. Lo miré. Observé detenidamente su contextura física. Era alto, morocho, de un metro ochenta y cinco, y parecía que cuidaba muy bien de su cuerpo. Me lo imaginaba pasándose mas de tres o cuatro horas diarias encerrado en un gimnasio mirándose frente al espejo y ensayando poses de tipo ganador; mirando los cuerpos aceitados y abrillantados por el sudor de sus compañeros de gimnasio y preguntándose por dentro, él mismo, quién tenía el mejor cuerpo. Y la verdad es que no lo culpo. En una sociedad donde lo primero que se rescata de la gente es su apariencia física no me extraña que haya gente así. Es mas, la lógica te lleva a deducir que TIENE que existir gente así. Si, dirán por ahí que lo más importante es lo que llevamos en nuestro interior… ¡sí! ¡Es cierto! Lo de adentro es lo MÁS importante. Pero sabemos muy bien que si una chica se cruza conmigo, todo flaquito y desgarbado y con cara de nada; y se cruza al musculoso abrillantado este, sabemos muy bien a quién mirará primero… más allá de las personalidades de cada uno… A veces no es necesario una buena apariencia, pero sabemos muy bien que te abre las puertas para que después te conozcan y digan “¡que buen tipo! Sé de las frases armadas y faltas de compromiso y realidad. Que son soltadas para quedar bien cuando la realidad muchas veces te golpea tan fuerte que te tumba al suelo…

Bueno, en fin, la verdad es que no estaba como para decirle “¡No! ¡Yo me quedo acá!”. Así que no hice otra cosa más que seguirlo. Pasamos el largo pasillo, en dirección contraria al hall principal. Llegamos a una puerta y el joven introdujo una tarjeta en ella y la puerta se abrió. Continuamos caminando por otro pasillo, hasta que llegamos a un salón principal donde había gente sentada en unos sillones, algunos observaban la televisión mientras otro jugaban a los dados en unas mesas cerca de unas ventanas que daban a la calle. Me quedé parado, inmóvil, mirando como cada uno hacía con su tiempo lo que quería. Algunos hasta ni eran conscientes de que tenían tiempo. Bueno… ¿quién es realmente consciente de que se le va el tiempo? ...

El joven se detuvo y miró hacia atrás “¡dale, no te quedes ahí parado! ¡Seguime!”. Como si me hubieran despertado de un sueño lo miré, miré su cara de tener que hacer su trabajo porque no le quedaba otra, y comencé a caminar en dirección hacia él. Se dio vuelta y siguió caminando, esperando a que yo lo siga. Y lo seguí.

Finalmente llegamos a una puerta y el joven se detuvo. Ingresó nuevamente una tarjeta y la puerta se abrió. Entré. Y la puerta se cerró detrás de mí. Al darme vuelta pude advertir que el joven fortachón de guardapolvo blanco había desaparecido y, con él, el murmullo de la gente que corría por entre los pasillos.

Era un cuarto muy pequeño. En el extremo opuesto a la puerta se encontraba la cama. Sobre el costado derecho había una mesa y una silla, y sobre el lado izquierdo se encontraba una pequeña cajonera; de esas que te dejan guardar ropa para estar, pero no la suficiente para quedarte.

Y ahí me quedé. Parado, con ganas de sentarme, pero quieto e inmóvil. Como esperando a que algo o alguien me convenciera de sentarme y relajarme.

Bajé la cabeza. Por unos minutos que parecieron horas, o como unas horas que parecieron apenas unos minutos perdí la noción del tiempo. Me senté en el suelo e inevitablemente… miré la pared.

04. Preso

Extrañaré mis paredes, sus pliegues y color. Esa tranquilidad que me brinda para poder intentar darle un orden a mis ideas. Y es que a veces me canso de mí. De ser yo. Me canso de estar en este cuerpo que lo soporta todo. Frio, hambre, sueño, enfermedades, golpes… Estoy cansado de sentir en mi cabeza las voces de lo que debería hacer, de en dónde debería estar, con quién debería hacerlo. Me siento preso de mi mismo, intentando romper las cadenas que yo mismo me ato. Pero soy tan eficaz al construirlas que no soy capaz de quebrantarlas ni doblarlas ni tan siquiera sobrellevarlas. Y a veces me resisto a mi mismo. Y me creo pequeñas rebeliones en donde intento declarar mi independencia. Pero todo es inútil. Se que mañana despertaré y estaré aquí, firme al pie del cañón, intentando boicotearme. Y luchando conmigo mismo por ser lo que quisiera ser. Encerrado en esta prisión de carne y hueso. Y construyéndome día a día las cadenas que me ataré al día siguiente.

Cuando me abstraigo de mi mismo, me observo sentado mirando la pared blanca de mi habitación acolchonada, y busco desesperadamente la forma de no ver solo a un pobre tipo sentado en una habitación observando una pared blanca radiante y acolchonada…

Pero es inútil. Mañana despertaré. Y sólo veré a un pobre tipo sentado en el suelo, observando inútilmente esta pared blanca radiante y acolchonada…

03. Libertad

Me levanté de la cama y me llamó la atención que la puerta estuviera abierta de par en par. No había ninguna persona vigilando los corredores. Núria parecía no estar en su oficina y las secretarias brillaban por su ausencia. Caminé por el largo y angosto pasillo hasta el hall principal. Se sentía raro. No había nadie gritando. Ninguno se escapaba corriendo hasta la puerta mientras era perseguido por los benditos mastodontes de seguridad. Nadie recibía quejas en la mesa de entrada.

Caminé lentamente hacia la puerta. Muy lentamente. En realidad mi lentitud no se debía a ningún problema motriz, sino más bien a cierto temor que me producía el exceso de calma. Tomé el picaporte con mis manos y comencé a girarlo lentamente. Empujé muy despacio la puerta y, acompañándola con mi cuerpo, la abrí de par en par. El sol golpeó mi cara con todas sus fuerzas. Una leve brisa se deslizó por mis mejillas mientras el aroma del césped recién cortado llenaba mis pulmones e invadía mis fibras, mis células, cada poro de mi piel. Respiré hondo un par de veces para poder disfrutarlo todo. Caminé hasta el jardín lateral y pisé el pasto verde y húmedo que crujía debajo de mi como cantando melodías casi risueñas. Unas flores blancas y radiantes se mecían de un lado al otro al compas del leve movimiento del aire. Extendí mis manos a los costados y miré para arriba lo más que pude, respirando muy hondo, tanto como me permitían mis pulmones. Fue un segundo en el que me sentí realmente feliz. Y no era solo yo el que sonreía. Era mi cuerpo y mi alma. Es que tenía tanta alegría dentro de mí que era inevitable no manifestarla. Las sonrisas se me escapaban inconscientemente.

Caminé hasta la reja de salida. Era una enorme entrada, con una puerta de rejas que me hacia recordar mucho a las viejas mansiones que solían pasar en las series de televisión. Tome el picaporte con ambas manos y trate de hacer fuerza para abajo, para abrir la gran puerta. De pronto un estallido hizo que mis oídos comenzaran a zumbar. El pasto se fue oscureciendo progresivamente mientras el sol se nublaba rápidamente. Las flores, que en su momento encandilaban mis ojos con su blanco radiante, se fueron pintando de negro mientras sus hojas se secaban por dentro y por fuera. Comenzó a soplar un viento tan fuerte que hizo que fuera casi imposible mantenerme de pie. Todo se fue tornando borroso y oscuro, y los olores habían desaparecido completamente.

Abrí los ojos.

Y contemplé una vez más la triste realidad.

Que era sólo un sueño.

02. El viaje

Hoy se me apareció la señora de guardapolvo blanco... esa con gafas y con cara de intelectual. Yo estaba sentado en frente de mi pared blanca acolchonada, mirando, con la vista casi perdida, un punto en el infinito. Un punto en donde se cruzan dos costuras próximas a un botón acolchado que me recuerda mucho a un viejo sillón de la casa de mi abuela... Casi instintivamente mi cuerpo se balanceaba hacia adelante y hacia atrás de una manera tan sincrónica, que me hacían parecer uno de esos viejos relojes de balancín, que no sé si todavía existen...
Cuando de repente vi su rostro tan cerca mío que pude olerlo. Su perfume. Su piel. Los poros tapados por el abundante maquillaje. Hasta pude advertir cierta melancolía en su mirada... "¿estas bien?" me dijo y sin sacarme la vista de encima puso su mano en mi hombro... "hoy vamos a ir a visitar Barcelona".
La seguí, o mejor dicho me llevó, por el angosto corredor hasta un amplio salón donde había otros que estaban vestidos de igual manera que yo... Algunos hablaban solos. Otros miraban el piso mientras balbuceaban y gesticulaban metáforas insolentes que solo ellos entendían. Uno se había subido al primer escalón del autobús y se reía frenéticamente sin parar mientras gritaba "¡¡escapémonos!!" "¡¡ escapémonos!!" "¡¡titooo, manejá que yo los distraigo!!".
Un hombre bastante corpulento lo tomó de los hombros y lo bajó de un empujón. Ya calmado lo acomodaron en uno de los primeros asientos, de cara a la ventanilla… Se sonreía mientras tiraba su aliento hacia el vidrio frio del autobús, y escribía en el sector empañado “¡son todos unos putos!”.
Lo miré. Miré la inscripción y no pude más que devolverle la sonrisa. Me sonrió de oreja a oreja como si en ese preciso momento se hubiera ganado el aliado que necesitaba para generar su revolución. Pasé frente a él y me senté en uno de los asientos del medio, del lado del pasillo. Esperamos un cuarto de hora hasta que por fin la gente terminó de acomodarse en sus lugares y fue entonces cuando el chofer cerró la puerta, echó una mirada como queriendo hacer un recuento mental de los asientos y sus ocupantes, y finalmente puso primera y empezó a conducir el enorme y pesado autobús.

Es una bonita ciudad. Con sus calles y sus paseos. Sus plazas y sus monumentos. Y la gente. La interminable gente que camina sin parar, cada una sumida en su propio mundo. Y ahí es cuando advierto eso. Eso que a veces me llama la atención. Que estamos todos juntos y sin embargo no miramos al de al lado. No le prestamos atención a nada. Si una persona habla con otra, la que escucha en realidad no escucha (que es generalmente prestarle atención a lo que se oye) sino que escucha a medias. Escucha lo necesario como para poder soltar típicas respuestas ya armadas en nuestro subconsciente. Y, mientras, piensa en los quehaceres que debería realizar una vez que termine de “conversar” con su “interlocutor”. O peor aún; cada uno habla sobre su tema en particular, entonces lo que debería ser una conversación con intercambio de ideas, se convierte en unos simples monólogos en grupo, casi siempre sin sentido.
Es triste ver como en la era de la comunicación lo que menos se da es el intercambio fructífero de ideas.
Hay veces en las que practico un juego muy peculiar. Y es tratar de escuchar al otro con la totalidad de mi ser. Prestar atención a cada palabra. Cada gesto. Cada movimiento. Cada significado. Cada mirada. Un leve levantamiento de ceja. Un cambio repentino en alguna mirada…

Pensándolo bien… no me sorprende que hoy me hayan llevado a visitar esta ciudad con este singular grupo de gente que ocupa este autobús…

De vuelta a mi habitación volví a mirar la misma pared. Las mismas marcas y los mismos pliegues de mi muro acolchonado. La buena señora de gafas, llamémosla Núria, me acompañó hasta la puerta y sin dejar de sujetarme del hombro me dejo sentado en el lugar que, según ella, era mi favorito. Y ahí me quedé. Recordando lo lindo de visitar lugares que no conocía, o al menos creía recordar que no conocía…
Núria se me acercó al oído y me susurró unas palabras que apenas pude oír. “si Dios quiere para la semana que viene te cambiamos de “habitación”".

01. Boceto de un diario mal escrito

No sé como es que terminé aquí. Todo se mezcla. Las imágenes. Las ideas. Las palabras.
Miro para atrás y solo veo figuras borrosas y sin sentido. Torbellinos de ideas que se mezclan con imágenes vagas. Realidades que considero ciertas, pero que a veces dudo que existan realmente fuera de mi cabeza. Delante de mí solo tengo ésta pared desierta. Blanca. Podría decir que está corroída por el tiempo. Que sus grietas me recuerdan con felicidad a las arrugas de mi querida abuela. Que las manchas de humedad forman figuras de caballeros andantes que recorrían los caminos con la esperanza de matar algún dragón medio perdido y así ganar el amor eterno de alguna bella doncella.
Pero no… en lugar de eso me percato de la dura y triste realidad. De lo cruel que puede llegar a ser la existencia. Que es simplemente eso… una pared blanca, enteramente acolchonada. Nada más…

La memoria…

¿Cómo es que no recuerdo nada?
No sé si tendrá que ver con cuestiones del pasado que inconscientemente trato de olvidar. Como una especie de bloqueo psicológico que hace que todo lo vivido con anterioridad sea inevitablemente suprimido de la corteza cerebral. O simplemente no sea otra cosa más que mi eterna y desdichada falta de atención jugándome otra de sus malas pasadas...

No sé... lo que sí sé es que esta señora con guardapolvo blanco y gafas muy a la moda está demasiado empeñada en que me tome estas pastillitas azules que siempre me trae a la misma hora todos los días...
...aunque las pastillas amarillas me hacen muy mal al estómago...

Parece una buena mujer. Tiene muy buena paciencia. Aunque un tanto obstinada. Siempre se empeña en que haga las cosas como ella quiere, a su manera. Nunca deja que pruebe mis propios métodos para llegar a donde llega ella. Y no es que yo sea complicado, o que me meta en la cabeza la idea de hacer siempre las cosas de forma diferente. Es que me agobia el hecho de pensar que sólo hay UNA manera. Sentir que solamente existe UNA sola forma de hacer algo detona en mí una sensación de vacio realmente insoportable. Porque me hace pensar que si existe una sola manera, entonces no somos otra cosa mas que marionetas sin sentido representado obras guionadas y repetidas una y otra vez. Pero no solamente eso. Hay algo más profundo. O más aterrador. Y es que cuando veo que hay un solo modo, o cuando intuyo que una cosa solo se puede hacer de determinada forma y que no cabe otra alternativa más que la expuesta por esta buena señora, me asalta la idea de que nada de lo que hay se puede cambiar. Que para llegar a un resultado inevitablemente hay seguir los mismos pasos ya pre-establecidos. Y si en una sucesión de hechos te equivocas en un paso o dos; entonces, según este concepto, no llegas a donde deberías llegar. Simplemente porque no seguiste el método.

Y la parte aterradora es esta; saber que si estoy aquí, entonces no habrá forma alguna de poder cambiarlo…